Maravillosa canción de Ana Alcaide que recoge con extrema delicadeza la esencia de la historia de aquellos amores prohibidos entre una judía y un joven noble toledano.
Música: Ana Alcaide / Letra: Beatriz Moreno-Cervera
Basada en la leyenda toledana de 'El Pozo amargo'
Las sombras de tu vergel secreto testigos de los besos de labio y labio abiertos en flor.
Doncella de nobleza levita, si adoras a un cristiano más vale que silencies tu amor.
La noche cerrada en los jardines despista a los guardianes que velan tus paseos, Raquel.
Tan solo la luna en su crecida conoce de tus dichas y el pozo en que le aguardas a él.
Rosarios de auroras toledanas bendicen vuestra suerte y os vuelven descuidados tal vez.
Luceros y estrellas pasajeras perfilan en el aire su entrega y tu desnudez.
Y al alba de una noche certera partido de un abrazo por una daga criminal.
La sangre templada de Fernando destila entre tus manos y anuncia su destino fatal.
Doncella de nobleza levita, si adoras a un cristiano más vale que silencies tu amor.
La noche cerrada en los jardines despista a los guardianes que velan tus paseos, Raquel.
Tan solo la luna en su crecida conoce de tus dichas y el pozo en que le aguardas a él.
Rosarios de auroras toledanas bendicen vuestra suerte y os vuelven descuidados tal vez.
Luceros y estrellas pasajeras perfilan en el aire su entrega y tu desnudez.
Y al alba de una noche certera partido de un abrazo por una daga criminal.
La sangre templada de Fernando destila entre tus manos y anuncia su destino fatal.
En su agua calmaré
este amargo dolor.
Fernando, sálvame,
¿ya estás aquí, mi amor?
este amargo dolor.
Fernando, sálvame,
¿ya estás aquí, mi amor?
Calvario de pena y desconsuelo te arranca de tu lecho en delirio y vas al pozo a llorar.
Locura de hiel en tus sollozos derraman en su cauce el mal sabor de tu pesar.
Asomas a la boca profunda, sus ojos te sonríen, serenos del perdón de Dios.
Y cuentan cristianos de Toledo que aullando con el viento quebrada se escucha tu voz.
Locura de hiel en tus sollozos derraman en su cauce el mal sabor de tu pesar.
Asomas a la boca profunda, sus ojos te sonríen, serenos del perdón de Dios.
Y cuentan cristianos de Toledo que aullando con el viento quebrada se escucha tu voz.
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